La obesidad es una de las grandes amenazas de la salud pública a nivel mundial. Su impacto es tal que, de no ponerle freno, podría llegar a convertirse en la primera pandemia global de nuestro siglo. Si en el pasado vivimos con temor el avance en los años ’90 del virus del SIDA, ahora asistimos casi impasibles a la progresión inexorable del sobrepeso y sus patologías asociadas. Muy a menudo tendemos a creer que la obesidad es un problema de orden primordialmente estético. Sin embargo, se trata de una bomba de relojería que tiende a complicar la salud de quien la padece hasta el punto de llegar a causarle la muerte. Las autoridades sanitarias y los responsables gubernamentales son plenamente conscientes de ello, así como del coste real que las enfermedades secundarias al sobrepeso suponen a sus sistemas de salud. Para intentar ponerle freno han surgido ya numerosas iniciativas que pretenden sancionar a la comida menos saludable. La pedagogía nutricional comienza ahora por el control del sector alimentario.
Refrescos azucarados y obesidad
La percepción de la comida rápida ha variado mucho en los últimos años. Si antes tendíamos a asociar el término “hipercalórico” con los alimentos sólidos que ingeríamos (tales como hamburguesas, pizzas y similares), ahora somos cada vez más conscientes de que las bebidas que los acompañan no lo son menos. Y es que está demostrado que los refrescos incorporan elevadas tasas de sustancias edulcorantes artificiales como el aspartamo o la sucralosa. Se estima que un consumo medio de una lata al día puede hacernos ganar hasta 7 quilos al año.
Las autoridades sanitarias en pie de guerra
Aunque Dinamarca ha finalmente renunciado hace unos meses a su iniciativa legislativa de gravar impositivamente a los alimentos con más de un 2,3% de grasas saturadas, siguen siendo numerosos los gobiernos a nivel mundial que trabajan en esta misma dirección. Francia aprobaba en 2012 un impuesto especial para las bebidas azucaradas y en Finlandia pretender ahora ir un paso más allá y cargar contra el chocolate y los helados. Sin embargo, la batalla más encarnizada se registra en Nueva York, uno de los epicentros del consumo de refrescos a nivel mundial. Michael Bloomberg se ha propuesto prohibir el consumo de envases grandes de estas bebidas. A pesar de algunos reveses, se estima que las ventas de refrescos han caído el año pasado un 1,2%. Se pretende ahora ampliar la campaña de concienciación a otros productos como bebidas energéticas o zumos. ¿Veremos pronto estas medidas en España?